Trabajar con pasión

2016-09-managment01

Por Gustavo López Espinosa

Licenciado en Ciencias de la Educación (UBA). Actualmente prepara su tesis de Maestría en Psicología Cognitiva. (UBA). Durante 15 años, perteneció al Centro de Desarrollo Gerencial de Arthur Andersen & Co. (Actualmente Ernst & Young) donde dirigió los programas de Mandos Medios, Desarrollo Gerencial y el de Gestión de RRHH. Consultor de empresas. Dicta talleres para presidiarios en la cárcel de Devoto.

Nuestras emociones funcionan como un sexto sentido que interpreta, ordena, enfoca y valora lo que nuestros
cinco sentidos nos muestran. La emoción nos indica si lo que percibe la vista es amigable, apetecible o amenazante.

En otros casos, una emoción excesivamente pregnante puede dificultar la percepción de lo que sucede y la toma de decisiones hasta llegar incluso a la paralización.

Algunas emociones son claramente manifiestas y pueden identificarse con facilidad. Otras parecen muy mezcladas con otras emociones, en una suerte de amasijo indiscernible. Otras son latentes, esto es, operan desde la sombra de lo no consciente. También existen las emociones encubridoras de otras emociones, por ejemplo la bronca que en realidad es impotencia disfrazada.

En otros casos, la emoción funciona como una profecía de autocumplimiento.

Por ejemplo, si entramos a una reunión con una actitud negativa o a la defensiva, es posible que otros miembros del grupo lo perciban y actúen agresivamente ante nuestra falta de apertura, con lo cual se confirma que nuestra desconfianza estaba justificada, pero adviértase que en verdad fuimos nosotros con nuestro “prejuicio emocional” quienes generamos la actitud negativa en los otros. Una buena educación emocional debería permitirnos identificar
esa emoción antes de entrar a la reunión para poder relativizarla y de este modo no predisponer mal a los interlocutores. Muchas veces nuestros temores crean los hechos temidos.

¿Cuál es la razón por la que personas con un elevado coeficiente intelectual tienen dificultades en su desempeño general y profesional en particular, mientras otras con coeficiente intelectual más modesto se desempeñan sorprendentemente bien? Esta es la pregunta que guió las investigaciones que arribaron a la conclusión de que la intelectual o racional no sea quizá el único tipo de inteligencia.

Es que como diría Pascal,

“el corazón tiene razones que la razón desconoce”.

Por tanto hay una racionalidad en las emociones. En la danza de pensamiento y sentimiento, la facultad emocional también guía nuestras decisiones, trabajando en colaboración con la mente racional y permitiendo o imposibilitando el pensamiento mismo. En cierto sentido tenemos dos mentes o dos clases diferentes de inteligencia: la racional y la emocional. Nuestro desempeño en la vida está determinado por ambas. En efecto, el intelecto no puede operar de manera óptima sin el concurso de la inteligencia emocional.

Cuando estos socios interactúan positivamente, la inteligencia emocional aumenta, lo mismo que la capacidad intelectual. Es posible describir cómo integrar la emoción en nuestra vida personal y profesional de manera inteligente.

La inteligencia emocional es una aptitud superior, una metacapacidad que afecta profundamente a todas las otras habilidades, facilitándolas o interfiriéndolas. Esta habilidad pueden desarrollarse, siempre y cuando logremos reconocer o contactarnos con nuestro propio mundo emocional.

Respecto de las emociones y nuestro desempeño en general, habría tres situaciones:

Actuar por pasión: es la situación en la que la emoción se adueña de nosotros y asume la dirección de nuestras acciones. En este caso perdemos libertad. Es por ello que “emoción violenta” es un factor que atenúa la responsabilidad
de un sujeto en un acto delictivo. Pero también actuar por pasión puede consistir en paralizarse en una situación que requiere acción.

Actuar sin pasión: es el ideal estoico, no ser conmovido por nada y pretender actuar sólo por cálculo
racional. Esto resulta imposible, toda vez que la emoción es parte de nuestra acción. Si fuera posible
no resultaría recomendable, toda vez que el aspecto emocional le da a nuestros actos mayor vitalidad, fuerza y compromiso, y esto puede resultar crucial en momentos difíciles o críticos. La falta del componente emocional puede hacernos insensibles a los demás e incapaces de empatizar con sus sentimientos. En otros casos nos puede llevar a actuar sin conciencia del peligro para nosotros u otros.

Actuar con pasión: este es el fin de la educación emocional, llegar a incorporar la emoción primero como una señal de lo que conviene o no conviene, de lo adecuado o inadecuado. Una vez iniciada la acción, la emoción funcionará como un motor que potenciará más nuestra acción con convicción, persistencia, motivación.