Por Armando Alonso Piñeiro
El autor nos propone un recorrido por los enigmas y supuestos que se han tejido acerca de personajes y situaciones de la historia mundial.
La figura de Nerón, las fábulas y verdades del Imperio Romano, el advenimiento de la Edad Media, la figura de Carlomagno son algunos de los secretos -con sus luces y sus sombras- que el historiador nos invita a compartir.
Alguna vez me he referido a los secretos de la historia argentina; es decir, a aquellos episodios que durante largas décadas se creyeron reales y no lo fueron y, por otro lado, a sucesos nuevos, ignorados por la historiografía profesional.
Pero me parece tanto o más apasionante explicar algunas fábulas y enigmas de la historia mundial, que tienen realmente un interés palpitante. Véase si no el caso enigmático de la Papisa Juana, una leyenda creada cuatro siglos después de su ficticia existencia. Eminentes cultores de la literatura clásica se ocuparon de ella como si hubiera sido un personaje real, entre los cuales cabe recordar a Boccaccio, a Tetrarca y, nada menos, que a Dante Alighieri.
El mito sostiene el ascenso a la silla de San Pedro de una francesa disfrazada de hombre, consagrada como Sumo Pontífice según todos los ritos usuales en la Iglesia, hasta que se descubrió su verdadero sexo. El pontificado de esta joven se habría extendido a lo largo de dos años y medio, entre León IV y Benedicto III, sosteniéndose por otra parte que tal papazgo se produjo en el año 855, precisamente a la muerte de León IV.
La fantasía continúa señalando el hecho de que la mujer era conocida como Juan el Inglés. Pero el mito se fue derrumbando con el tiempo, puesto que las investigaciones de rigor histórico no encontraron el menor indicio. Se dice que hasta la Iglesia Católica habría dudado y que, en algún momento, lo dio por cierto. Si bien todo esto es difícil de creer, parece existir cierta conjetura inquietante, vinculada con el rumor de que antes de entronizar a un nuevo Sumo Pontífice alguien acerca delicadamente sus manos para verificar la existencia de genitales masculinos.
Los perfiles singulares de Nerón
Y entre los múltiples secretos del Imperio Romano, la figura de Nerón suele acumular varios perfiles singulares.
Ha pasado a la posteridad como un tirano sangriento, odiado por el pueblo, asesino de por lo menos tres
personalidades y -probablemente la máxima leyenda- quien incendió la ciudad de Roma, legendaria capital
imperial.
No se trata, por supuesto, de rechazar lo negativo, ya que el forzado suicidio de su maestro Séneca, de su madre Agripina y de su hermanastro Británico constituyen hechos innegables. Pero durante los primeros años de su reinado, Nerón ejerció un gobierno inteligente, de verdadero talento. Ciertamente luego, al finalizar prácticamente su ejercicio imperial, cayó en la alienación, que lo llevó a cometer aquellas atrocidades.
Mal pudo ser Nerón el autor del incendio de Roma, pues no se encontraba en la capital cuando ello ocurrió, sino en Anzio.
Ahora bien. Nerón no sólo no era odiado por su pueblo, sino que por el contrario gozaba de una popularidad
asombrosa. Dice al respecto un reputado historiador: “Hubo dos tipos de emperadores. Los que eran serios, graves, y no ofrecían juegos: la mitad de los emperadores pertenecían a este tipo; y luego estaban los que ofrecían juegos a manos llenas. Es el caso de Nerón: el pueblo lo adoraba, pero despertaba odio entre los patricios, pues estaban celosos… Había que elegir: o bien favorecer a los nobles o bien ser el rey de la plebe” (Paul Veyne, Sexo y poder en Roma).
Y vamos ahora al incendio de Roma. Mal pudo ser Nerón el autor del siniestro, pues no se encontraba en la capital cuando ello ocurrió, sino en Anzio. Quien inició la leyenda fue el historiador Publio Cornelio Tácito, que entre sus libros se dedicó a estudiar la vida de Nerón, a quien conoció -suponiendo que lo hubiera conocido- cuando apenas era un mozalbete de trece años, pues Tácito nació aproximadamente en el año 55, y el emperador falleció en el 68, a la temprana edad de 31.
Algunas fábulas imperiales
Debido a su indudable importancia histórica, el Imperio Romano fue alimentado tanto por nobles tradiciones como por leyendas y mitos, algunos sorprendentes. En mi próxima entrega, volveré sobre estos fantasmas del pasado, que ciertamente no se limitan a la historia imperial romana.
Veamos ahora, algunas fábulas imperiales:
-
- Es falso que los gladiadores dijeran, al ingresar al Circo: “César, los que van a morir te saludan”.
- Se ignora, por ejemplo, que los gladiadores no sólo eran hombres, caracterizados por su altura e imponencia física. Hubo también mujeres gladiadoras, enanos gladiadores. Muchos querían ser confectores porque resultaba un trabajo muy bien pagado…, cuando sobrevivían. Pero era, sin duda, un negocio. El ya citado Paul Veyne lo explica admirablemente: “Cuando alguien creía tener vocación de gladiador, contactaba con un empresario especializado, un lanista (que significa “carnicero”). Éste lo empleaba mediante contrato, luego lo alquilaba o lo vendía a los ricos mecenas que deseaban obsequiar a su ciudad con un espectáculo de gladiadores”.
- Este tema ostenta inéditas curiosidades, no siendo la menor que el símbolo del fascismo nació en el Imperio
Romano, en un episodio vinculado estrechamente con los gladiadores, que portaban fasces. ¿Qué es un fasce? Un hacha para decapitar, que inspiró a Mussolini -gran admirador del Imperio y que alguna vez soñó con reestructurarlo en el siglo XX- para adoptarlo como emblema, en realidad tomando su nombre para el Partido Fascista. “Cicerón, ese amable esteta, ordenó ejecutar con hacha delante de él a los cómplices de Catalina”, vuelve a sorprendernos el apuntado historiador francés. Curioso y poco conocido este Cicerón -salvo por su talento innegable de orador y filósofo-, en su época reputado tanto por su crueldad como por su corrupción. A decir verdad, estos estragos eran comunes en el Imperio Romano, que institucionalizaba algunas picardías como la briga, una coima determinada para comprar votos. - Y ya que hablo de Cicerón, cuando éste llegó a ser procónsul en Cilicia en el año 51 antes de Cristo, “en su desempeñó malversó una cifra significativa, que sin embargo a él no le pareció tan abultada. ‘¡He regresado con tan solo dos millones de sestercios!, se lamentó, jactándose de todos modos de su habilidad para la corruptela. Así era el autor de un importante tratado moral”.
- Por último -aunque este siguiente ejemplo no agota la antología- resulta una rareza el hecho de que los
grafitis, tan en boga en la vida urbana contemporánea, ya hayan existido en el Imperio Romano, particularmente en Pompeya, en cuyos muros se descubrieron miles de inscripciones hechas a punzón, con frases ingeniosas y de otras yerbas. Aún más extraño resulta saber que un obsceno gesto tan en boga actualmente –el de elevar el dedo medio de una mano contra determinada persona-, nació
precisamente en aquellos viejos tiempos, 0donde la impudicia en sus mejores expresiones eran consumo diario.
Personajes e historias de la Edad Media
Otro de los secretos de la historia que es necesario develar para siempre, reside en la leyenda vertida durante
siglos sobre la Edad Media, aquel período falsamente tildado de oscuro, cruel, atrasado y negativo.
Los gladiadores no sólo eran hombres, caracterizados por su altura e imponencia física. Hubo también
mujeres gladiadoras, enanos gladiadores. Muchos querían ser confectores porque resultaba un trabajo muy bien pagado…, cuando sobrevivían.
Fue durante la ilustración que nació el mito negativo medieval: “Salvo excepciones -ha escrito un historiador
contemporáneo-, los héroes y las maravillas de la Edad Media volvieron a convertirse en bárbaros -la evolución
del gótico vinculado a la catedral es a este respecto ejemplar- o, peor aún, fueron recubiertos por un olvido
semejante al yeso y a la cal con el que se disimulaban los frescos románicos”.
Posteriormente, el romanticismo reexaminó aquel pasado, y el medievalismo volvió a adquirir la importancia
merecida.
De todo el medievalismo probablemente el Imperio Bizantino haya sido -como sector oriental de la Edad Media- uno de los más degradados y falseados. Producto de la victoria militar de Constantino contra Majencio, aquél fundó
Constantinopla, cambiando así el clásico nombre de la ciudad griega nacida en el año 660 antes de Cristo. Cuando, once siglos más tarde, la capital imperial cayó bajo el empuje otomano, su nombre se convirtió en la actual Estambul, apropiándose los invasores de todos los tesoros acumulados a lo largo del milenio, en particular de la catedral de Santa Sofía, convertida en mezquita y hoy nostalgioso museo histórico.
La madre de Constantino era Elena, que pasó a la posteridad como Santa Elena, puesto que ella encontró la Santa Cruz y otras reliquias de la Crucifixión. Por supuesto, ya se había convertido al cristianismo, abandonando todas las creencias paganas y casándose con el tetrarca Constancio Cloro.
El medievalismo bizantino tiene varias sorpresas para los estudiosos. Por ejemplo, el nacimiento de la iconoclastia
en el siglo VIII debido a León III el Isáurico. Pero la prohibición entonces odiada de representar imágenes, dio nacimiento a una nueva rama estética: la naturalista, que ofreció a la pintura y la escultura inesperadas expresiones de un extraordinario gusto artístico. No menos curioso resulta recordar que el tenedor fue inventado en Bizancio en el siglo XIII, a la sazón con sólo dos púas.
A su vez, el medievalismo occidental produjo figuras legendarias como la del rey Arturo, coronado a los 15 años y personaje mítico creador de los famosos Caballeros de la Mesa Redonda.
En sus prodigiosas luchas había matado a 960 enemigos en una sola batalla. Sus encuentros bélicos le permitieron
conquistar Irlanda, Escocia, Islandia, Dinamarca, Noruega. Pero el destino le deparaba un final inesperado: su esposa, Ginebra, se escapó con Meraldo, su sobrino, y al perseguir a la pareja, Arturo terminó mortalmente herido, siendo enterrado en la isla de Avalón.
Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador, es otro personaje característico de la Edad Media, más
conocido por sus hazañas que por sus pecados. No era el caballero cortés y piadoso con que ha
pasado a la actualidad, sino un personaje cruel y grosero, que solía venderse al mejor postor, y sobre quien pesó durante mucho tiempo la sospecha de su fe musulmana.
Otro personaje increíble de la Edad Media fue Carlos I el Grande, Rey de los francos y emperador de Occidente, que pasó a la posteridad como Carlomagno. Realizó, sin duda, una labor de estadista ejemplar, legislando con inteligencia y propulsando la cultura en todos sus aspectos. Pero pocos saben que era incestuoso -entre paréntesis,
lo mismo había sido Arturo-, como al respecto lo señala el historiador Jacques Le Goff:
“El excesivo afecto que el emperador tenía por sus hijas hace que muy pronto aparezca la sospecha de incesto, y como la sospecha es fácilmente atribuida a los héroes reales, el pecado de Carlomagno es el incesto con su hermana y el fruto de ese incesto es Roldán. Así, la costumbre medieval de rodear a los héroes reales con miembros de su familia y caballeros de gran mérito también se encuentra en Carlomagno”.
Cuando fue exhumado su cadáver, los comentarios que en su vida se habían hecho en torno al físico del héroe
resultaron ciertos. Tenía, en efecto, un aspecto impresionante, de casi dos metros de altura, “con la cabeza
redonda, los ojos grandes y vivos, la nariz que excedía algo el tamaño medio, hermosos cabellos blancos, la
expresión alegre y feliz”.
El aura legendaria con el cual siempre se rodeó a Carlomagno tuvo una larga herencia. Napoleón, uno de los
ejemplos más notorios de este resonar, lo admiraba tanto que su coronación la planeó según la ceremonia de
ceñimiento del rey de los francos. El Sumo Pontífice no tuvo más remedio que acceder a las exigencias napoleónicas, como es bien sabido.
Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador, es otro personaje característico de la Edad Media, más conocido
por sus hazañas que por sus pecados. No era el caballero cortés y piadoso con que ha pasado a la actualidad,
sino un personaje cruel y grosero, que solía venderse al mejor postor, y sobre quien pesó durante mucho tiempo la
sospecha de su fe musulmana.
Secretos de la historia, en efecto, porque la historia tiene sus pros y sus contras, sus luces y sus sombras. Nada debe ocultarse a la posteridad, porque es inevitable el regreso de los fantasmas del pasado.