Por Marcelo Vázquez Avila
Procrastinar es una acción que comúnmente definimos como postergar las cosas que tenemos que hacer para después.
Si alguna vez has postergado una tarea importante para, digamos, poner en orden alfabético las especias en tu armario de la cocina, sabes que no sería justo describirte como flojo.
Después de todo, ordenar alfabéticamente requiere concentración y esfuerzo -y, tal vez, hasta te esmeraste en limpiar cada carpeta antes de ponerlo en su lugar-. Y no es como que te hayas ido de copas con tus amigos o te hayas puesto a ver Netflix. ¡Estás haciendo orden, es algo de lo que estarían orgullosos tus padres! No es pereza o mala gestión del tiempo. Es procrastinación
Si la procrastinación no es flojera, entonces, ¿de qué se trata?
Etimológicamente, “procrastinación” deriva del verbo en latín procrastinare, postergar hasta mañana. Sin embargo, es más que postergar voluntariamente. La procrastinación también deriva a su vez de la palabra del griego antiguo akrasia, hacer algo en contra de nuestro mejor juicio.
Hay personas que se excusan tanto en realizar lo que tengan que realizar para su mayor bien, que piensan que es una condición propia de su personalidad, en parte es cierto, y que pueden hacer poco por mejorarla…
Sin embargo, el profesor Tim Pychyl, concluye: «La procrastinación es un problema de regulación de emociones, no un problema de gestión de tiempo». Esa autoconciencia es una pieza clave para entender por qué procrastinar a veces nos hace sentir mal. Cuando procrastinamos, no solo estamos conscientes de que estamos evadiendo la tarea en cuestión, sino también de que hacerlo, probablemente no es la mejor idea. Y, aun así, lo hacemos de todas maneras.
Fuschia Sirois añade, que la procrastinación es enfocarse más en «la urgencia inmediata de administrar los estados de ánimo negativos» que en dedicarse a la tarea. Las personas se enganchan en este círculo irracional de procrastinación crónica debido a una incapacidad para manejar estados de ánimo negativos en torno a una tarea
Es decir, que la procrastinación no es que sea una condición en sí misma, «porque soy así» como muchos afirman, sino que es el efecto de un sabotaje subconsciente, por lo que sostienen nuestros pensamientos acerca de la tarea o situación a realizar.
Por ejemplo: Si nos proponemos un objetivo, pero en el fondo no nos creemos capaces de alcanzarlo, nos vamos a sabotear dándole largas, para realizarlo en algún momento, que hasta quizás puede que no llegue nunca… (Pensamiento subconsciente: No soy capaz)
Muchas veces la confundimos con flojera, o falta de tiempo, pero tiene más que ver con una evasión voluntaria.
Cuando tenemos una aversión a realizar las tareas o enfrentar una situación pendiente, la excusa es «hacerlo después», esta decisión de procrastinar nos produce un alivio inmediato, pero el tener esta conducta constante nos conduce a un malestar a largo plazo y a un círculo vicioso, pues sobre la evasión de realizar el asunto pendiente se esconden temas emocionales no resueltos.
La naturaleza particular de nuestra procrastinación depende de la tarea asignada o la situación. Podría ser debido a que la tarea misma es inherentemente poco placentera, como tener que organizar una aburrida y larga hoja de cálculo para tu jefe. Sin embargo, también podría resultar de sentimientos más profundos relacionados con la tarea, como dudar de uno mismo, tener baja autoestima, sentir ansiedad o inseguridad. Cuando fijas la mirada en un documento en blanco, tal vez estás pensando: “No soy lo suficientemente inteligente para escribir esto. Incluso si lo soy, ¿qué opinará la gente de él? Escribir es tan difícil. ¿Qué pasa si lo hago mal?”.
Todo esto puede llevarnos a pensar que hacer a un lado el documento y en cambio esmerarte en limpiar cada carpeta antes de ponerla en su lugar en la biblioteca, es una muy buena idea.
No obstante, por supuesto, eso solo engloba las asociaciones negativas que tenemos con la tarea, y esos sentimientos todavía estarán ahí cuando volvamos a ella, junto a un aumento de estrés, sentimientos de baja autoestima y de culpabilidad.
De hecho, existe un cuerpo de investigación completamente dedicado a los pensamientos rumiantes y sentimientos de culpabilidad que muchos de nosotros tenemos a raíz de este tema, los cuales son conocidos como «Cogniciones Procrastinatorias”. Los pensamientos que tenemos sobre procrastinación suelen exacerbar nuestra angustia y estrés, lo que contribuye todavía a más procrastinación.
No obstante, el alivio temporal que sentimos cuando procrastinamos es lo que realmente hace muy vicioso el círculo. En el presente inmediato, suspender una tarea brinda alivio! Y el conductismo básico nos ha enseñado que cuando somos recompensados por algo, tendemos a hacerlo de nuevo. Esta es precisamente la razón por la que la procrastinación tiende a no ser un comportamiento una vez, sino un círculo, uno que fácilmente se convierte en un hábito crónico.
Realmente no estamos diseñados para pensar hacia adelante en el futuro más lejano porque necesitábamos enfocarnos en proveer para nosotros mismos en el aquí y ahora. A nivel neuronal, percibimos a nuestros yo del futuro más como extraños que como parte de nosotros mismos. Cuando procrastinamos, hay partes de nuestro cerebro que realmente piensan que las tareas que estamos suspendiendo -y los sentimientos negativos que las acompañan y que nos esperan del otro lado- son problema de alguien más.
Para empeorar las cosas, somos incluso menos capaces de tomar decisiones bien analizadas y orientadas al futuro en medio de una situación de estrés. Cuando nos enfrentamos con una tarea que nos hace sentir ansiosos o inseguros, la amígdala -la parte del cerebro que funciona como “detector de amenazas”- percibe esa tarea como una amenaza genuina, en este caso a nuestra autoestima o nuestro bienestar. Incluso si intelectualmente reconocemos que suspender la tarea nos creará más estrés en el futuro, nuestros cerebros están todavía conectados para preocuparnos más por eliminar la amenaza en el presente. Los investigadores llaman a esto “secuestrar la amígdala”.
Nuestros cerebros siempre están buscando recompensas relativas. Si tenemos un círculo de hábitos alrededor de la procrastinación, pero no hemos encontrado una mejor recompensa, nuestro cerebro continuará haciéndolo una y otra vez hasta que le demos algo mejor que hacer.
La solución no involucra descargar una aplicación de gestión de tiempo o aprender nuevas estrategias de autocontrol. Tiene que ver con manejar nuestras emociones de una manera diferente.
Judson Brewer, director de investigación e innovación en el Centro de Plenitud Mental de la Universidad de Brown dice que para reconfigurar cualquier hábito, tenemos que darle a nuestro cerebro “la Mejor y Más Grande Oferta”. En el caso de la procrastinación, tenemos que encontrar una mejor recompensa que evadir, una que pueda aliviar nuestros sentimientos desafiantes en el presente sin causar daño a nuestros yo del futuro. Está en las manos de cada uno encontrar ese trade off interno y personal.
Marcelo Vázquez Avila es Profesor De Comportamiento Humano en la Organización Instituto Internacional San Telmo (Sevilla, España)/ Octubre 2020).