Por Guillermo Ceballos Serra
Quiso el destino que Walt Disney no pudiera ver algunos de sus mayores proyectos. Aunque en 1955 había realizado la apertura de Disneyland en Anaheim, California; fallecido en 1966 no pudo ver la inauguración en la Florida de Magic Kingdom en 1971 y mucho menos EPCOT en 1982.
Quizás pocos tengan presente que EPCOT, es el acrónimo de Experimental Prototype Community of Tomorrow, una visión utópica de una comunidad modelo imaginada para 20.000 habitantes de serviría como “ciudad de prueba” para organizar las aglomeraciones humanas del futuro, si se quiere una versión reversionada de La República de Platón o Utopía de Tomás Moro.
En estas obras, no se consideraba una utopía mayor que la construcción de la comunidad ideal, aunque la característica implícita era que Los ciudadanos de estas obras eran en general originarios de las mismas ciudades. La utopía actual, se genera por los procesos y relaciones que genera la convivencia de múltiples culturas que convergen en una ciudad, región o país.
En el pasado en Roma, capital universal, existía por esa razón, el Pretor Urbano para atender a las cuestiones que afectaban a los ciudadanos romanos y Pretor Peregrino, que atendía las cuestiones que vinculaban a extranjeros (peregrinos) que interactuaban con el estado romano y sus ciudadanos, ambas instituciones del derecho gentes. Se entendía que el derecho a circular, transitar y comerciar eran derechos de todas las personas.
Estas actividades que se observaban en pequeña proporción, comparado con las posibilidades actuales de un mundo que se ha achicado en virtud de la tecnología y las comunicaciones, no se limita al contacto virtual, sino también al mundo físico. Nos cruzamos con ciudadanos de todas partes del mundo en nuestro propio vecindario, que nos obliga a pensar cual es la política frente al fenómeno migratorio que debe adoptar el estado del que formamos parte.
Al fenómeno tecnológico se le suma la necesidad y el derecho humano más básico que es la supervivencia. Así millones de personas oriundas de distintos países afectados por las guerras, el hambre, deciden arriesgar lo poco que tienen, pero que constituye todo lo que tienen, por embarcarse en balsas precarias o caminar miles de kilómetros por la posibilidad de un futuro más humano.
¿Tienen los países la obligación de acoger estos grupos humanos en su territorio, que en la mayoría de las veces son desposeídos y en muchos casos de escaso nivel cultural y poca educación?
En caso de coincidir en que existe obligación, ¿esta se extiende a todos quienes quieren inmigrar?
¿Tienen los mismos derechos (descartados los políticos) que el resto de los ciudadanos del país anfitrión?
¿Qué obligaciones les caben a los migrantes? ¿Hasta qué punto deben aceptar y asumir las culturas de los países receptores? ¿Qué diferencias son tolerables y cuáles inaceptables para la nación de acogida?
Sin duda, hay mucho para debatir y sin duda hay argumentos a disposición de todas las posturas con posible participación en un debate. También corresponde decir que la problemática excede las posibilidades de un estado individual y que se necesitan consensos globales y una distribución de tareas y responsabilidades porque no es justo que una nación vecina a un área convulsionada cargue con todo el peso y costo de la recepción de los migrantes.
Mientras estos debates ocurren, hasta ahora sin mucho éxito, lo concreto que las migraciones se suceden, en algunos casos de masas incultas y en apariencia incompatibles con los países receptores y en otros casos con gente de muy buena formación académica y experiencia profesional.
Las migraciones implican grandes costos económicos y sociales de integración entre personas, por la carga fiscal que implica para los ciudadanos contribuyentes y por la desconfianza, miedos, y muchas veces prejuicios que se generan, más aún cuando una comunidad ve cambiada absolutamente su fisonomía porque la cantidad de migrantes pareciera superar a los locales.
Para las áreas de recursos humanos implican grandes nuevos desafíos, entendidos tanto como riesgos u oportunidades. Las organizaciones pueden claramente verse potenciadas por los talentos llegados de nuevas latitudes, nuevas visiones, diversidad cultural y en definitiva, abordar el tema con la misma actitud como se abordan los temas de las generaciones, género o minorías de cualquier tipo.
También existe el prejuicio que “hordas” de migrantes vienen a quitar empleo a los locales. En ocasiones se enfrenta una resistencia sindical al extranjero, bajo la creencia que aceptará peores condiciones laborales que los locales desplazándolos y que esto degradará la situación general.
La realidad es que no hay empleos para locales, extranjeros (siempre que cumplan con los requisitos legales del país), hombres, mujeres o cualquier minoría; los empleos deben ser para los mas capaces y estos los mantendrán en la medida mantengan la aportación de valor a una organización.
En lo personal, no creo en los cupos porque podrían obligar a ocupar lugares a quienes no están preparados y si creo que todos los que están en condiciones legales y profesionales de prestar un servicio pueden hacerlo simplemente debido a su competencia, idoneidad o afinidad con la organización que desee emplearlos.
No creo en construir muros en el siglo XXI, para abrirlos, hace más de 2000 años se inventaron los pasaportes, precisamente inventado para pasar por la puerta de los muros de la ciudad. Sin duda, tenemos que encontrar un modo más razonable de convivencia que enriquezca al conjunto y nos haga más humanos cuando se trata de empatizar encontrando soluciones colectivas frente a los graves problemas humanos globales.
Guillermo Ceballos Serra es Abogado. Máster en Economía y Ciencias Políticas. Profesional de Recursos Humanos. Profesor de grado y maestrías (UCA, ESEADE y UP). Reproducido de su Blog (marzo 2019)