Por Mario Balzarini
La serie “Filosofía y Gestión” se propone conectar el mundo de las ideas filosóficas con el mundo de las organizaciones, aportando desde este lugar de encuentro al objetivo estratégico de promover el pensamiento crítico, catalogado dentro de las “Habilidades del siglo XXI” por el Foro Económico Mundial. Pero más allá de sus consecuencias estratégicas, la articulación entre ambas disciplinas puede mejorar nuestra comprensión de la realidad, dar más perspectiva a nuestras decisiones y enriquecer la capacidad de nuestros líderes para crear -en momentos de zozobra como los que vivimos- nuevos discursos, más inspiradores y plenos de sentido. En esta oportunidad lo hacemos trayendo a las figuras emblemáticas de Kant y Hegel
Immanuel Kant (1724-1804) es uno de los pensadores más influyentes de Europa y de la filosofía universal. Padre del “idealismo alemán”, se destacó como filósofo de la Ilustración, aquel tsunami intelectual que durante el siglo XVIII hizo temblar las bases de nuestra cultura imponiendo el predominio de la «Diosa Razón» en el corazón mismo de Occidente. Si los franceses tuvieron a Napoleón -se dice- los alemanes no lo necesitaron porque tuvieron a Kant. Filósofo de la moderación, su visión ordenada, analítica y profundamente racional, está presente en la excelencia moderna de la Ciencia y la Técnica y en el diseño profundo de nuestras organizaciones
Georg Hegel (1770-1831) -que como Kant es representante destacado del idealismo alemán- se propuso una de las más gigantescas tareas del pensamiento humano: crear un Sistema Filosófico que reuniera todos los conceptos científicos, morales, artísticos y religiosos de la época en un solo cuerpo teórico. Hegel amaba el concepto del Absoluto y creía fervientemente, a diferencia de Kant (que, por otra parte, rara vez expresaba sus emociones), en la supremacía del todo por sobre las partes. No ha habido hasta hoy pretensión humana tan abrumadoramente extensa ni tan heroica como la que se propuso el genio de Hegel
Pero para captar la importancia del legado de estos dos pensadores, debemos recordar primero que Occidente creó el método científico. Y que lo hizo al dividir cualquier problema complejo en una serie de problemas más simples (etapa del «análisis») para volver a reunirlos después en una única conclusión integradora (etapa de la «síntesis»). Y aunque Kant y Hegel fueron ambos dos pilares del pensamiento científico, cada uno de ellos enfatizó, de hecho, en un momento diferente del método: Kant puso su acento en el «análisis» y Hegel en la «síntesis». Si para Kant los objetos del conocimiento eran «objetos» que se manifestaban en fenómenos (p.e. una piedra que cae), para Hegel el objeto del conocimiento era el todo, la ley que regía el movimiento más allá de las partes en movimiento, el Absoluto que, según supuso, subyacía a todo el mundo fenoménico.
Es sabido que, burlándose de Kant, Hegel decía que la Anatomía no era una ciencia sino un conglomerado de conocimientos desconectados entre sí, y que la verdad de la ciencia estaba en el conocimiento del organismo vivo, no en el conocimiento de sus partes. Pero más allá de las anécdotas, la pregunta que hoy nos sugiere aquel choque de perspectivas entre Kant y Hegel es esta: ¿Dónde estamos poniendo el énfasis nosotros mismos cuando diseñamos y -más aún- cuando gestionamos nuestras organizaciones? ¿En el organismo vivo o en las partes que lo componen?
La influencia del pensamiento de Kant es tan grande que pasa peligrosamente desapercibida como el agua al pez. El predominio del pensamiento fragmentario -herencia no deseada del pensamiento kantiano- hace estragos entre nosotros. No vemos a la persona como unidad racional-emocional y seguimos creyendo que la empresa es un lugar para la racionalidad dura. Proclamamos los beneficios del trabajo en equipo pero seguimos creyendo que el individuo es la unidad fundamental. Declaramos estar alineados detrás de los objetivos de la empresa pero el funcionamiento en silos, los intereses sectoriales y hasta los intereses personales desmienten la declarada primacía del conjunto en desmedro de las partes.
El debate sigue abierto. Sin duda es urgente equilibrar el pensamiento fragmentario con el pensamiento sistémico, aquel pensamiento hegeliano, heroico, profundamente espiritual e integrador, que trasciende el día a día y le da un nuevo sentido al proyecto compartido que en el fondo proponen todas nuestras organizaciones.
Y aunque es cierto que nuestras organizaciones avanzaron mucho en la superación del viejo “enfoque funcional”, propio de la sociedad industrial y construido sobre la base de los organigramas rígidos y la autoridad no menos rígida de los jefes. Y aunque es cierto que nuestras organizaciones están orientándose hacia el “enfoque de procesos”, propio de la sociedad del conocimiento y construido sobre el foco en la satisfacción del cliente y la convocatoria más o menos motivante de nuestros líderes -a pesar de todo ello- el desequilibrio de fondo entre el pensamiento fragmentario y el pensamiento sistémico sigue siendo profundamente ignorado. Como el pez ignora al agua.
Mario Balzarini es Consultor de Empresas en organización y cultura empresarial. Publicado por Guillermo Ceballos Serra (noviembre de 2019)