Por Marcelo Vázquez Avila
Amarse a uno mismo parece la cosa más sencilla y natural del mundo. Pero últimamente ha adquirido la categoría de problema. Si la conciencia de la propia dignidad es un índice de higiene mental, esta crisis de autoestima revela un fenómeno preocupante.
La baja autoestima tiene causas diversas: problemas de inadaptación en la infancia o en la adolescencia, crisis matrimoniales, fracasos laborales que desembocan en procesos depresivos más o menos agudos.
Cara y cruz de la autoestima
El concepto de autoestima se encuentra hoy en el candelero. Y hasta en el subte se pueden encontrar carteles que invitan a participar en un «taller de autoestima». Entre los expertos está generalizada la tesis de que la baja autoestima es un rasgo de la modernidad. La depresión está muy relacionada con la pérdida de autoestima. El depresivo no se quiere a sí mismo, posee una memoria selectiva que recuerda sólo lo negativo de su vida. Pero la preocupación por la autoestima tiene cara y cruz, porque es un concepto equívoco.
Por una parte, es necesario que las personas se quieran y cuiden de sí mismas. Es algo normal que proporciona equilibrio interno. Incluso en la tradición bíblica se nos dice que hay que amar a los demás como a nosotros mismos; por tanto, cierto amor hacia la propia persona es bueno, ya que sin él, entre otras cosas, no podríamos también amar a los demás.
Quienes sufren problemas de autoestima no se aceptan como son, se rechazan a sí mismos y difícilmente amarán a otros. La baja autoestima provoca conflictos en el ambiente familiar, laboral, y en la amistad.
La disminución de la autoestima afecta a personas de diversas edades, pero es típica entre adolescentes. A esa edad no se conocen bien: se sobrestiman algunas cualidades (aspecto físico) y se infravaloran otras (inteligencia). Hay jóvenes que han elevado a la categoría trascendente su aspecto corporal y «no se gustan», por lo que caen en la tortura psíquica.
Otra etapa crítica desde el punto de vista psíquico para la mujer y el hombre tiene lugar entre los 40 y los 50 años. Al llegar a la madurez hacemos balance de nuestra vida y, con frecuencia, no estamos satisfechos con ella.
La otra cara de la moneda es la sobrestimación personal a la que se llega cuando en el autoconocimiento no se introducen claros criterios de racionalidad. La sobrestimación lleva de la mano al narcisismo: se desplaza el interés por los demás a uno mismo de manera enfermiza, se minusvalora a quienes están alrededor, que pasan a ser meros espectadores.
Por tanto, me parece bien que se hable de autoestima para evitar su carencia; pero sin caer en el polo opuesto. Tanto el deterioro como el exceso de la autoestima son inaceptables, porque manifiestan de manera diferente un amor propio dañino y frustrado.
Los problemas de la autoestima
En la fachada de las escuelas griegas clásicas podía leerse: «Sé el que eres». Pienso que es un problema de autoconocimiento. Hemos de ser capaces de sacar lo mejor de nosotros mismos. Conocer los propios valores y limitaciones. Poner como lema de la propia existencia: «Quiere lo que haces y haz lo que quieres», porque mucha gente hace lo que no quiere.
Hay que romper estereotipos sobre los valores femeninos y masculinos tradicionales: ordinariamente lo primero que se aprecia en una mujer es la belleza; si no es guapa, se valora su simpatía; y si no posee ninguna de esas cualidades, recién se tiene en cuenta su inteligencia. Con frecuencia se consideran excluyentes estas notas de valoración.
Sería positivo que se aparcaran estos decadentes patrones y que pusiéramos de moda valores como la autenticidad, la sencillez y la inteligencia.
Marcelo Vázquez Avila es Profesor De Comportamiento Humano en la Organización Instituto Internacional San Telmo (Sevilla, España)