Por Marcelo Vázquez Ávila
Resignarse nos esclaviza, pero Aceptar nos libera y nos hace crecer.
La experiencia de frustración, además de ser dolorosa, es impulsora de crecimiento. Hay personas que, como los chicos y adolescentes, no pueden soportar tal experiencia: quieren todo, ya. El adulto que está viviendo su edad y que ha asimilado las variadas lecciones que la vida enseña, ha aprendido a frustrarse. Tiene que haberse dado cuenta de que la vida es, por mucho, una especialista en frustrar a los mortales. ¡Cuántos deseos, expectativas, logros se vieron truncados por imponderables! Si no estamos en contacto con esta verdad, vamos a vivir el resto de nuestra existencia insistiendo e insistiendo en que las cosas sean diferentes de lo que son. Por eso, la clave para resolver esta cuestión está dada por la palabra aceptación que poco tiene que ver con la resignación. Aclaremos.
Dos conceptos distintos
Resignarse tiene que ver con un acto de sumisión, de mansedumbre, de ceder para no causar trastornos, para evitar discusiones o peleas. Cuando uno se resigna no acepta que el deseo propio haya sido frustrado. La resignación siempre incluye enojo, bronca que puede transformarse en deseos de venganza: «Ya van a saber quién soy». La persona resignada queda adherida al objeto perdido o jamás encontrado; no puede ni siquiera entrar en la etapa de duelo por ese objeto perdido. Siempre se lo añora de una manera nostálgica. «Nostalgia» es un profundo dolor (algia) por aquello, lo que ya no está o que no se tiene, por lo que no pudo ser, por lo que ya fue y no sigue siendo; como sucede con la niñez, los padres de la infancia, la juventud, etc. En esta condición, la energía de la persona queda estancada en ese objeto imposible.
En cambio, en la aceptación de la frustración de un deseo se pone en marcha un mecanismo de reconocimiento de que la realidad es la realidad. Este estado permite y favorece el proceso de duelo mediante el cual uno se despide para siempre de lo que no está o no pudo ser, y la energía queda liberada para iniciar otro proyecto. Este proceso necesita, en ocasiones, de bastante tiempo según la trascendencia del objeto perdido.
Reconocer que tenemos un problema no significa que no queramos cambiarlo
Muchas veces cometemos el error de pensar que aceptar lo que nos sucede significa no desear cambiarlo. Nada más lejos de la verdad. Ante todo, para poder modificar algo, es requisito previo aceptar que ese algo nos está sucediendo. Mucha gente confunde esta aceptación con “resignación”. La resignación implica que uno se ve indefenso frente a lo que le sucede, que uno se siente incapaz de cambiarlo. La aceptación, por otra parte, significa que reconocemos que algo no nos gusta, para de ese modo ser capaces de empezar a modificarlo. Si, por ejemplo, yo niego que tengo un problema con mi pareja, jamás podría pensar en arreglarlo.
Reconocer que tenemos un problema no significa que no queramos cambiarlo. Lo que sucede es que estamos acostumbrados a “luchar” contra la idea del problema en sí. Eso es negación.
Mucha gente confunde la idea oriental de “aceptar lo que nos sucede sin cuestionarlo”, con la idea de “pasividad”. Esto se debe a una falta de conocimiento y comprensión del contexto. No hay vida más estática que la del negador compulsivo, debido a que siempre cargará con los mismos problemas a lo largo del tiempo. En cambio, la vida de aquel que acepta lo que le sucede sin luchar contra la idea, es el que se da a sí mismo la oportunidad de resolverlo. “Aceptar lo que nos sucede sin cuestionarlo” no significa que pensemos que eso que nos pasa está bien. Cuando los budistas hablan de “no cuestionar”, se refieren a “no cuestionar que eso nos suceda”, tan simple y efectivo como eso.
Tenemos en la cabeza tan arraigada la idea de “forjar nuestro destino”, que temblamos frente a la simple mención de la palabra “aceptación”. Eso nos hace negar automáticamente cualquier cosa que no nos gusta, porque nos enseñan a aceptar solamente lo que nos agrada. Y lo que es peor, llegamos a creer que aceptar algo es aprobarlo.
Es hora de empezar a aprender a usar mejor nuestra inteligencia y dejar de aceptar o rechazar determinadas nociones sin tomarnos el tiempo de analizarlas detenidamente. Es fácil dejarse llevar por las generalizaciones, y es cierto que es más cómodo que tomarse el trabajo de pensar por uno mismo.
No es lo mismo resignación que aceptación. Algunas veces las circunstancias que nos tocan vivir como son las enfermedades, fracaso en un emprendimiento, etc., nos permiten comprender y experimentar el verdadero significado y diferencias que tienen las palabras aceptación y resignación.
El diccionario de la Real Academia Española dice que:
Aceptar es: 1.- Recibir voluntariamente lo que se le da. 2.- Aprobar, dar por bueno
Resignarse es: Conformarse, someterse, entregar su voluntad, condescender.
La aceptación profunda de la realidad que nos toque vivir, llámese enfermedad o fracaso, etc., debe llevarnos a meditar, reflexionar y razonar la situación que estamos viviendo para que, a través del razonamiento, comprendamos que hay varias acciones que aún podemos realizar. Si el análisis de estas acciones es realizado en forma positiva, los resultados demostrarán que lo hemos hecho bien. Ahora, si el análisis es hecho con una mentalidad negativa, el resultado será obviamente negativo y no nos permitirá comprender, y por tanto aceptar lo que estamos viviendo, y terminaremos resignándonos. La aceptación y la comprensión nos lleva a utilizar todo con la finalidad de crecer; no hay fracaso, tan solo una batalla perdida de la que hay mucho que aprender.
La aceptación surge de comprender que cualquier circunstancia que estamos viviendo, sin excepción, cumple un propósito. De nosotros depende el resultado.
¿Estamos dispuestos a dar la lucha? ¿Estamos dispuestos a trabajar hasta alcanzar nuestro objetivo? o ¿simplemente nos resignaremos?
Fuente: Marcelo Vázquez Avila es Profesor del Instituto de Empresa Business School. Consultor en Temas de Alta Dirección. Autor. Coach.