Por Eduardo Otsubo
“La final del mundial de 1995, con el triunfo de los Springboks y la obtención de la copa del mundo, fue muchísimo más que un partido de rugby; fue poder presenciar el momento político más trascendental de mi vida”, rememora el escritor y periodista británico John Carlin.
Para el autor de El Factor Humano, que sirvió de base para la afamada película Invictus (dirigida por Clint Eastwood), y La sonrisa de Mandela, este líder sudafricano evitó una guerra y construyó una democracia que permanece tan estable como sana en su esencia.
«Él fue un animal político y biológicamente adaptado para ello. Astuto y manipulador, en el buen sentido, y sustentando en su ejemplar integridad», afirma Carlin.
Entre sus múltiples tareas como corresponsal, John Carlin llegó a Sudáfrica en 1989, un año antes de la salida de la cárcel de Nelson Mandela. Por seis años vivió en dicho país experimentado el proceso de salida del apartheid, su liberación y la restitución del ejercicio democrático.
Tuvo el privilegio de establecer una estrecha relación con el líder sudafricano, a quien define como un hombre magnánimo, «con un grado de humanidad que no encontré en ningún dirigente político en toda mi vida profesional».
De paso por Buenos Aires, pudimos conversar con él. Una charla que se inicia a partir de su llegada a Sudáfrica.
Carlin: – Mandela llegó al poder en mayo de 1994, a meses de las primeras elecciones democráticas en las que el 85% de la población que no tenía voto iba a ejercerlo. Conocedor que las encuestas lo presentaban como amplio favorito, convocó a los jefes de su partido para planificar las primeras acciones de gobierno. Y una de éstas, que tenía un valor simbólico importante, fue definir cómo iban a resolver el problema del himno nacional. Por un lado, estaba el oficial del apartheid, que celebraba la conquista de Sudáfrica por los blancos del siglo XIX y, por otro, el himno negro titulado «Dios bendiga a África», que se cantaba en todos los actos políticos de protesta.
Los cuarenta líderes políticos se reúnen para la votación. Mandela debe ausentarse unos instantes del encuentro, justo cuando se decide eliminar el antiguo himno oficial. Al regresar, y tomar conocimiento de este hecho, como maestro con sus alumnos, Mandela los interpela: «Ustedes son líderes de un país, ¿cómo vamos a construir un proyecto de nación si no respetamos a los blancos, más allá del pasado, y nos los incluimos? Además de entender que ellos controlan la economía y los puestos de trabajo, que tienen hoy las armas más sofisticadas y saben cómo manejarlas, tenemos que convivir con ellos, van a ser nuestros compatriotas». Entonces, les propone integrar estos dos himnos y cantar una parte de cada uno. Y si bien conjugarán dos estilos musicales diferentes, su valor simbólico será muy fuerte. Este fue el himno que se cantó en la final de la Copa del Mundo y, desde ese día, es la canción patria de Sudáfrica.
Esta historia, que puede parecer anecdótica, marca a las claras el tipo de líder político que fue Mandela y la visión que quería transmitir.
Una visión de un hombre de tantos años en prisión y de un país que sucumbía al apartheid, sistema que privaba a la gente de color de cualquier capacidad de intervención en los asuntos de su país.
– Totalmente. Mandela en una ocasión describió al apartheid como el equivalente a un genocidio moral. Pero cuando fue elegido presidente en lugar de buscar venganza por sus años de prisión y de opresión blanca, creó la Comisión de la Verdad y la Reconciliación, que ofrecía la amnistía a todos los criminales del apartheid a cambio de la confesión de sus delitos. En otras palabras, catarsis en lugar de venganza.
Mandela estuvo 27 años en la cárcel. Y durante ese tiempo, poco a poco, se ganó a sus carceleros, que no eran precisamente hombres refinados o intelectuales. Y llegó un momento en el que, si bien estaba preso, ya era considerado como el rey de Robben Island (la isla que sirvió de prisión a los presos políticos del régimen del apartheid).
John, ¿qué recuerdos tiene de su primer contacto personal?
– Los de un hombre de una gran humanidad. Mandela se ganaba por completo a quien lo conocía. Lo hizo conmigo y con el resto de la prensa, con sus antiguos seguidores, con los altos funcionarios del Estado que lo habían encarcelado, y lo culminó, finalmente, en ese mundial de rugby cuando cautivó los corazones de todos y cada uno de los sudafricanos. No conozco a nadie que haya estado con él más de cinco minutos y que no haya sucumbido absolutamente a sus encantos.
Siempre se presentaba como un hombre de una integridad inquebrantable y nunca traicionaba esa impresión inicial. Él fue sin duda un hombre íntegro, que no es otra cosa que tener una férrea coherencia entre lo que se dice y se hace.
No había poses o conveniencia en sus actos…
– A lo largo de mis entrevistas con él, y en el intenso trabajo de investigación, busqué una fisura en esta coherencia. Como en un diamante puro, no logré encontrar grieta alguna. Mandela era un hombre sin dobleces. Decía que era generoso y se mostraba como tal, mucho más allá de cualquier necesidad política o interesada. Ya se tratara de sacar tiempo para asistir a la fiesta de cumpleaños de un viejo camarada o, siendo ya mayor, para viajar al otro lado del país y consolar a un amigo muy humilde e ignoto que había sufrido una pérdida familiar.
¿Qué otros rasgos han marcado su personalidad?
– Mandela mantenía el mismo nivel de respeto y modales exquisitos para con el otro, sin importante el estatus social que tuviera, fuera la Reina de Inglaterra, el carcelero, o la señora que le servía el té en su despacho.
Siempre que iba a una cena en la Casa Blanca, o de visita a la Casa del Primer Ministro Británico, u otra autoridad en cuestión, pedía entrar en la cocina o las dependencias de servicio para saludar a todo el personal… Y tenía el hábito de hacerse la cama, acto que repetía en el lugar que estuviese, independiente de las estrellas que ostentara el hotel que lo alojaba.
Y a este carisma, le sumaba una tremenda empatía.
La empatía es una excelente herramienta de liderazgo…
– Ciertamente, porque combina la generosidad con la habilidad de sacar réditos políticos. Mandela interiorizaba los miedos y aspiraciones de sus enemigos, les dejaba claro que los comprendía y, por esa capacidad de ponerse en su piel, conseguía ganarse su gratitud y estima.
Un biógrafo oficial del líder sudafricano lo señalaba como el más pragmático de los idealistas.
– Mandela era astuto y tenía los pies sobre la tierra. Era ante todo un animal político.
La política no es un terreno donde la higiene moral resulte indemne, y ese era el terreno que él habitaba. El éxito de su misión de paz dependía de elaborar pactos y crear compromisos. «Ambos ceden para que todos salgan ganando», murmuraba a menudo.
-¿Cómo fue su proceso de cambio en la cárcel?
-Si bien no era un hombre violento, los años sesenta lo inclinaron a pensar en la lucha armada. Antes de ir a prisión, era admirador del proceso revolucionario cubano. Pero en la cárcel, aprendió a reconocer los límites de lo posible. Entendió que el camino para llegar a una democracia era el diálogo. «No hay que apelar a su razón, sino a su corazón», afirmaba cuando hablaba de sus enemigos.
¿Qué leía en ese tiempo?
– Mandela hizo muchas veces referencia al tiempo que tuvo para leer y para pensar. Leyó a Platón, Aristóteles, Shakespeare, biografías como la de Churchill; La guerra y La paz, de Tolstoi lo movilizó mucho. El último tiempo en la cárcel, con menos restricciones, fue un ávido lector de todos los diarios y conocía perfectamente el pensamiento de los periodistas más influyentes de su país.
Apelar al corazón lo lleva a conocer profundamente a sus enemigos…
– Por eso aprende el afrikaans, el idioma de los blancos en el poder; conoce sus costumbres, sus gustos, sus miedos. Y comienza con los líderes blancos negociaciones secretas para poder ordenar el retorno a la democracia en paz y no esperar que el silencio de los cementerios reine en Sudáfrica.
Constand Viljioen o Neil Barnard, los entonces mayores radicales de la extrema derecha, sucumbieron a sus encantos.
Y el rugby, deporte por excelencia de los blancos, fue la prenda de unión que terminó de consolidar el proceso de paz. El partido de la final de la Copa del Mundo en 1995 coronó este proceso. Pero seamos conscientes de que ese partido se había empezado a jugar mucho tiempo atrás.
(Nelson Mandela vista su celda en Robben Island)
Mandela fue sin duda un hombre íntegro, que no es otra cosa que tener una férrea coherencia entre lo que se dice y se hace.