Por Armando Alonso Piñeiro
La circunstancia de que la Asociación Argentina de Compañías de Seguros haya instituido al general Manuel
Belgrano como Patrono del Seguro -circunstancia que se dio a conocer formalmente en los festejos del día
conmemorativo de la actividad, en octubre pasado- amerita que se expliquen detalles y circunstancias de un prócer con dos particularidades.
La primera, ser harto conocido por haber creado la bandera nacional. La segunda, ser poco conocido por realizaciones primigenias en la historia patria.
Véase, en primer lugar -por más que los lectores ya están enterados del tema- el patronazgo de la actividad
aseguradora. Belgrano fue el primero que advirtió su importancia, porque desde su cargo de Secretario del Real
Consulado de Buenos Aires, ya en 1796, había propuesto establecer “una compañía de seguros para apoyar a la industria y el comercio de Buenos Aires”.
Este y otros antecedentes lo habían convertido en Patrono de la Economía, según resolución del Consejo Profesional de Ciencias Económicas. Pero ocurre que también ha sido el primer periodista argentino.
En 1903, siendo Miguel de Unamuno rector de la Universidad de Salamanca, envió una carta al historiador
argentino Adolfo Saldías, en uno de cuyos párrafos recordaba:
“Mitre ha hecho que me enamore de Belgrano, que parece un personaje plutarquiano, un héroe de la antigüedad, sereno, ingenuo, sencillo y noble, aunque algo cándido”.
La ajustada definición del gran escritor español no podía ser más exacta, precisamente cuando lo califica de
“cándido”. Tan ingenuo era, que nunca se le ocurrió trabajar para la posteridad, sin que este pensamiento pueda
ser endosado, por favor, a ningún otro prócer. Militar, abogado, educador, periodista -y ya se verá porqué insisto en esta última profesión-, mereció del citado Bartolomé Mitre, en ocasión de descubrirse la estatua del gran patricio, el 24 de septiembre de 1873, la siguiente reflexión:
“El general Belgrano es una de aquellas figuras históricas que, lo mismo con una bandera o una espada, podría ser representada con la pluma del escritor o con el libro de la ley en las manos, o bendiciendo con ambas la cabeza de un niño deletreando en una cartilla; porque fue hombre de acción y hombre de pensamiento y porque a la vez que combatió por su creencia derramó a lo largo del surco de la vida la semilla fecunda de la instrucción y de la virtud”
El primer periodista argentino
Ahora bien. Hay una actividad en la existencia del creador de la enseña nacional no debidamente reconocida.
Fue, en realidad, el primer periodista argentino, como lo he dicho anteriormente. Lejos de mi ánimo desmerecer
a Mariano Moreno, en cuyo honor se consagró el Día del Periodista el 7 de junio, por decisión del primer congreso
del gremio, en 1938.
En 1973 publiqué mi libro Manuel Belgrano, periodista, en cuyas páginas demostré palmariamente que fue el
primer periodista argentino al fundar y dirigir en el significativo año 1810 el Correo de Comercio, periódico de notable valor profesional, político y filosófico que hasta se dio el lujo de lanzar alguna vez una edición bilingüe.
Mariano Moreno fue uno de los redactores -no existe ninguna prueba documental de que haya sido su director- de la Gaceta de Buenos Aires, órgano oficial de la Junta de Gobierno, vale decir, era un periódico gubernamental.
Pero Manuel Belgrano ya había afilado su oficio de diarista -como gustaba decirse en la época- en el Telégrafo Mercantil, Rural, Político –Económico e Historiográfico del Río de la Plata, dirigido por el coronel y abogado Francisco Antonio Cabello y Mesa. Pero antes aun, en 1804, y en su calidad de Secretario del Real Consulado de Buenos Aires, como redactor de las actas del organismo realizó una extensa entrevista al cacique Juan Caniulangien, invitado por Belgrano el 6 de octubre a visitar el Consulado. Allí aprovechó para interrogarlo con respeto y habilidad sobre temas tan disímiles como el conocimiento toponímico de la Colonia, el estado de las relaciones entre españoles e indígenas, qué abras tenía la Cordillera de los Andes, los ríos que conocía y la descripción de nuevas regiones, ignoradas por los consulares. De donde se deduce, por lo tanto, que también fue el primer cronista argentino.
Toda una serie de méritos que esta nota no alcanza a catalogarlos en su totalidad, llamando la atención el
desconocimiento de la posteridad por tantas de sus notables realizaciones, como si los entretelones fatídicos de
su fallecimiento aún lo persiguieran, a más de 190 años de distancia.
Figura romántica y legendaria, es justo y oportuno que ahora se le rindan homenajes antes negados. El Patrono del Seguro alumbra una actividad que fue el primero en advertir como piedra fundamental de la industria y el comercio.
Como se sabe, abandonó esta tierra en la más absoluta de las pobrezas y abandonado por todos, hasta el punto de que recién dos meses más tarde un periódico anunció su fallecimiento, en una nota melancólica que incluía esta estrofa:
“Triste funeral, pobre y sombrío / que se hizo en una iglesia junto al río / en esta Capital / al ciudadano Brigadier General Manuel Belgrano”.
Una vida signada por la ingratitud y la incomprensión
La vida del noble creador de la enseña nacional parecía signada por la ingratitud y la incomprensión. Muchos han creído -y lo creen todavía- dueño de un carácter débil. No era compatible esta presunta irresolución con la energía demostrada en innumerables oportunidades, por ejemplo en el llamado “motín de las trenzas”, que concluyó con la ejecución sumaria de diez suboficiales y soldados. Ni con sus divergencias con el general José de San Martín, valga por caso en el tema de los duelos, que el Libertador había instaurado reglamentariamente en el Regimiento de Granaderos como símbolo del honor mancillado. Belgrano, devoto católico, tuvo diferencias de palabras con su colega y amigo, porque era contrario a lo que consideraba “muertes inútiles”, algo muy distinto de los fusilamientos
dispuestos por razones disciplinarias.
Las herméticas actitudes contra Manuel Belgrano no se limitaban a la Argentina. Véase si no el insólito anuncio que
el Moniteur Universal ou la Gazette Nationale, que aparecía en la capital francesa publicó el 5 de diciembre de
1820: “El general Belgrano, comandante del ejército patriota contra el ejército realista, ha muerto. Se le creía poco
afecto a la causa de la libertad y el honor de su país”.
Semejante ofensa de la naciente posteridad acaso se explicara -pero no se justificaba- por los avatares de su vida, como cuando fuera enjuiciado en 1811 por su derrota militar en la Expedición del Norte. Sin embargo, la Gaceta de Buenos Ayres publicó, en agosto de aquel año, la justa rehabilitación del prócer: “El pueblo de Buenos Aires -aclaraba el periódico oficial- creyó que el general del norte, D. Manuel Belgrano, no había llenado con la alta confianza que mereció a la patria en aquella expedición”. La Junta expidió un decreto devolviéndole los grados y honores que se le habían suspendido injustamente.
Las enfermedades padecidas por Belgrano -acaso sólo comparables con los males de San Martín- crean en los historiadores una sensación de extrañeza por haber llevado a cabo tantas hazañas en medio de males invalidantes. En su temprana juventud había contraído sífilis durante sus andanzas por Madrid, Valladolid y Salamanca. En 1780, un principio de fístula en ambos conductos lagrimales hizo que el oftalmólogo le prohibiera excederse en las lecturas, algo que naturalmente Belgrano desatendió. En vísperas de la Batalla de Salta, tuvo varios vómitos de sangre, pero dirigió la lucha primero desde una carreta y luego desde su caballo, al sentirse mejorado.
“El general Belgrano es una de aquellas figuras históricas que, lo mismo con una bandera o una espada, podría ser representada con la pluma del escritor o con el libro de la ley en las manos, o bendiciendo
con ambas la cabeza de un niño deletreando en una cartilla; porque fue hombre de acción y hombre de pensamiento y porque a la vez que combatió por su creencia derramó a lo largo del surco de la vida la semilla fecunda de la instrucción y de la virtud”.
Tuvo cirrosis, várices esofágicas, hipertensión y un mal no identificado en el pulmón y en el pecho, que intuyo de origen cardíaco. Un año después de su muerte comenzó la hidropesía. Habían agravado sus dolencias las lluvias, los vientos sin abrigo adecuado, la escasa alimentación de las campañas militares, los fríos intensos en algunos tramos de su epopeya. La autopsia practicada -que nadie había pedido- demostró la existencia de un tumor en el epigastrio.
Figura romántica y legendaria, es justo y oportuno que ahora se le rindan homenajes antes negados. El Patrono del Seguro alumbra una actividad que fue el primero en advertir como piedra fundamental de la industria y el comercio.
Alonso Piñeiro ha publicado 92 obras, especialmente sobre historia argentina y americana, pero también de historia medieval, bizantina y europea, de filosofía, historia religiosa, política argentina e internacional, ciencias políticas y derecho internacional, de periodismo, literatura y publicidad y de lingüística y filología.