Por Carlos Hoevel
Reconsiderar la responsabilidad social empresaria (RSE) en relación a su conexión intrínseca con la naturaleza de la empresa implica también una consideración atenta acerca de la dimensión subjetiva de la actividad del líder empresario. De hecho, la interpretación de la naturaleza de esta actividad sufre en la actualidad una serie de confusiones como resultado de las presiones del contexto, de teorías erradas y de la debilidad personal o moral de muchos líderes empresarios.
En efecto, la imagen de lo que es un empresario ha ido cambiando a lo largo del tiempo: desde el emprendedor aventurero de los inicios del capitalismo al empresario propietario de la primera revolución industrial; el capitán de la gran industria de la época «fordista» hasta el actual CEO flexible, híper profesional y entendido como un delegado de los intereses más o menos anónimos de los accionistas.
En relación a esta última imagen, parece diluirse con rapidez la idea de que la actividad empresaria implique una vinculación intrínseca con una empresa en particular para convertirse en una relación temporaria. Por ejemplo, de acuerdo a la teoría de la gente y el principal, el manager es un mero delegado de los intereses del propietario de la empresa que lo contrata y no tiene responsabilidad más que en relación a éste último. Por el contrario, una idea de la empresa implica una concepción fiduciaria de las tareas del manager, que es mucho más que actuar de acuerdo a la voluntad de la principal.
El manager de una empresa no es el agente de quienes lo emplean sino el fiduciario responsable de la empresa en cuanto tal (Koslowski, 2011: 9). En otras palabras, no se trata de alguien que opera a modo de instrumento pasivo de los accionistas, siguiendo ciegamente los deseos o la simple voluntad de éstos. La responsabilidad fiduciaria del gerente es una responsabilidad hacia toda la empresa y no sólo hacia los accionistas. Implica el deber de cuidar el patrimonio de la empresa y el de hacer cumplir los fines de la misma, los cuales, como hemos señalado, no consisten sólo en la obtención de beneficios para los accionistas.
Por el contrario, los deberes fiduciarios de actuar en buena fe, tener lealtad, cuidado y prudencia y revelar información de posibles conflictos de interés (disclosure) se los debe el líder empresario no sólo a los dueños sino a la empresa como totalidad.
De esta concepción se deriva todo un conjunto de responsabilidades que robustecen el vínculo entre el manager y la empresa, modificando completamente esa imagen alguien sólo temporalmente vinculado con una empresa en particular.
Si bien esa permanencia temporal no es incompatible con la responsabilidad, sí es necesario superar la idea de un uso puramente instrumental de la empresa como mero recurso para el beneficio de los accionistas o de los managers, dejando de lado el hecho objetivo de que la empresa tiene una dimensión mucho más amplia que los intereses particulares de éstos. De allí se deriva un cambio fundamental en la idea que se tiene de la actividad directiva y empresarial, la cual debe estar subordinada a la realidad más permanente e incluso transgeneracional de la empresa, que no puede ser tratada como mera mercadería o ser puesta constantemente en riesgo para obtener mayores ganancias.
Pero la actividad empresarial debe ir más allá de la ética y la responsabilidad social: necesita ser encarada como una respuesta personal al llamado contenido en las exigencias intrínsecas que brotan de la naturaleza de la empresa. Por eso, es muy adecuado entenderla como vocación (Naughton & Alford, 2012) (Novak, 2013). Para ello, se requiere de los líderes empresarios mucho más que el cumplimiento de la ley, el cual está ciertamente en la base de cualquier responsabilidad social empresarial. La integridad y la unidad de vida que supera la división entre la moral personal o familiar y la llamada “moral de los negocios” forman parte de sus exigencias.
Esta integración sólo es posible por medio de una ética de la virtud centrada en la idea de la persona como el núcleo ontológico desde donde se construye una empresa sólida (Spaemann, 2000). Ésta supone que el empresario no deja su condición personal al entrar en la empresa sino que la incluye en cada una de sus acciones. Del mismo modo, implica que el directivo empresario considera a los demás stakeholders también como personas, es decir como fines en sí mismos, los cuales nunca pueden ser utilizados sólo como medios.
Fuente: Carlos Hoevel es Dr. En Filosofía, M.A, en Ciencias Sociales. Profesor Académico (UCA). Revista Empresa 219 (ACDE).Extracto del artículo El sentido de la empresa y la vocación del empresario publicado en los Cuadernos de RSO Publicación interdisciplinaria sobre Responsabilidad Social de las Organizaciones (Universidad Católica del Uruguay, junio 2014).