Por Marcelo Vázquez Ávila
El ser humano es, por definición, un ser social que tiende a establecer vínculos, a formar comunidades y a crear redes. Esto exige una cierta capacidad de acción que define a la misma condición humana. La persona es persona en cuanto que actúa, claro que no nos referimos a cualquier obra sino a través de una acción consciente (K. Wojtyla).
El ser humano, en tanto que ser reflexivo y autoconsciente, es capaz, también, de tomar distancia, de su agitado y loco entorno y de su misma vida, anhelando espacios de para reencontrarse y no perderse.
Todos vamos con prisa, tenemos la sensación de no llegar. ¿Por qué corremos tanto? ¿Adónde vamos? ¿Qué o quién nos espera?
La etapa de la vida que estamos viviendo está llena de obligaciones: cuidar de nuestros hijos y asegurarnos su incierto futuro, cuidar de los padres que se han hecho mayores y van perdiendo facultades, hemos de defender nuestro lugar de trabajo con uñas y dientes en un momento nada fácil como el que estamos viviendo y por si fuera poco, tenemos que cuidar de nuestra pareja, de nuestro cuerpo y mente. Todo son exigencias, el tiempo no da más de si y quisiéramos estirar el día como si fuera una media, pero no podemos.
Estamos acostumbrados a hacer muchas actividades y hay gente que cuando se encuentra con un tiempo muerto se inquieta mucho y tiene que llenarlo con cualquier acción. Es un miedo al “tiempo vacío”, a la agenda en blanco, a las tardecitas sin “nada que hacer”. A veces creo que esa hiperactividad encubierta no es otra cosa que un modo de escapar de nosotros mismos, de huir de la quietud.
Hay personas que están huyendo de esa posibilidad de reflexión de su propia vida mucho tiempo, les da pánico. Sienten que están hechos para moverse, para realizar actividades, para ir de aquí para allá. Incluso sienten culpa cuando se encuentran a gusto y embelesados frente a un amanecer…
No soy nadie para dar consejos, tampoco me los has pedido, pero ahora que ha comenzado el crepúsculo de mi vida, lo veo un poco distinto que hace unos años. Es como si tuviera ojos nuevos, veo más que antes y con mayor nitidez.
Entiendo que tienes múltiples obligaciones y que todos te reclaman, pero cuando puedas practica la quietud reflexiva, analiza tus actos, ¿cuál es mi beneficio para esta siguiente acción?, ¿cuál es mi pérdida?, ¿soy capaz de asumirla?
No quieras llenar el poco tiempo libre del que dispones con más actividades. Busca un sitio tranquilo, deja que fluyan tus pensamientos, que afloren los sentimientos, no te veas obligado a encarcelar ninguno. Por un momento despréndete de los recuerdos y también de tus expectativas, deja que todo fluya y relájate, fija la mirada en un punto del horizonte, respira hondo una y otra vez, sin hacer nada.
Los frutos de esa inacción son inmensos, cuando estás quieto y presente, captas mejor todo lo que pasa a tu alrededor, disfrutas con más intensidad de cada faceta de la realidad. Vives más intensamente, te permite ver las cosas con claridad, priorizar, saber decir lo correcto y, sobre todo saber callar cuando es necesario. Te das cuenta de cuándo estas de más y también de cuándo eres necesario…
No se trata de ser pasivo, de dejar de hacer lo que te corresponde aquí y ahora, ni menos aún, de incumplir las propias obligaciones. Pero, esa inacción nos da la habilidad de discernir, en cada momento lo que hay que hacer, lo que hay que decir, lo que hay que callar y dejar pasar.
No dediques tiempo a lo que es innecesario y cuando estés en un sitio, que sea de verdad, con los cinco sentidos, como si fuera la última vez que estas allí.
Ojalá que nunca tengamos la sensación de habernos pasado la vida dentro de un tren de alta velocidad y que no hemos saboreado todo lo que la realidad nos regala a cada instante.
Marcelo Vázquez Ávila es Profesor del Instituto de Empresa Business School. Consultor en Temas de Alta Dirección. Coach.