Por Armando Alonso Piñeiro
El autor nos invita a viajar en el tiempo para conocer y recordar el nacimiento de la capital de Buenos Aires, su diseño y la construcción de los edificios públicos y la catedral de la nueva ciudad fundada por Dardo Rocha.
Ha publicado 96 obras, especialmente sobre historia argentina y americana, pero también de historia medieval, bizantina y europea, de filosofía, historia religiosa, política argentina e internacional, ciencias políticas y derecho internacional, de periodismo, literatura y publicidad y de lingüística y filología.
El 19 de noviembre de 1882 nació una nueva ciudad en el mapa argentino. No se trataba, claro, de una ciudad cualquiera, sino de la capital del primer Estado nacional. Había ocurrido que al resolverse la federalización de Buenos Aires luego del largo pleito por la espinosa cuestión, la provincia necesitaba otra capital.
Así en 1881 se formó una comisión, presidida por Aristóbulo del Valle, para estudiar el levantamiento del nuevo centro provincial. El 1 de marzo del año siguiente se sancionó una ley que declaraba capital de Buenos Aires al municipio de Ensenada. Simultáneamente, se dispuso levantar una ciudad, cuyo bautizo no surge en el primer momento. En el Congreso se barajaron varios nombres. Alguien recordó que en 1810 a Mariano Moreno se le había ocurrido proyectar un puerto en la ensenada de Barragán. ¿Por qué, entonces, no llamar Moreno a la nueva capital? Pero otro legislador evocó a Rivadavia, quien había reproducido la iniciativa moreniana en 1822. ¿Se llamará Rivadavia? Finalmente se aceptó la eufónica sugerencia del senador José Hernández: La Plata; un nombre muy vinculado con los afectos del autor de Martín Fierro.
Aquellas eran épocas en que las cosas, una vez dispuestas, se hacían a rajatabla. Ese mismo año, pues, se colocó la piedra fundamental en el lugar conocido como Lomas de Ensenada, un sitio alto muy apropiado para la empresa. Era el 19 de noviembre de 1882 y el acto fue convertido en una fiesta popular. Grandes contingentes humanos se trasladaron hasta Ensenada para participar del suceso, y una comisión -integrada, entre otros, por José Victorica y José Hernández– tomó a su cargo la preparación de un gran banquete, para el cual se dispuso carnear cien novillos.
Sin embargo, no pudo ser verdad tanta delicia. La carne fue puesta en cajones y enviada al lugar donde debía dorarse en los asadores criollos. Al llegar a destino, el clima estival de aquel soleado noviembre ya había descompuesto costillares y achuras. Se salió del paso como se pudo, pero la carne debió quemarse en un lugar secreto para no despertar las previsibles iras de la hambrienta multitud.
El primer habitante de La Plata
La comisión presidida por Aristóbulo del Valle constituyó a su vez otro organismo, con el objeto de
“llamar a concurso la construcción de los edificios públicos de la nueva ciudad”.
Se designó entonces al ingeniero Pedro Benoit, entre otros, para estudiar los planos y presupuestos de los edificios públicos.
¿Quién era Pedro Benoit? Su padre, Pierre, había sido dibujante, acuarelista, ingeniero naval, arquitecto, oficial de nuestra Armada, auxiliar del naturalista Amadeo Bonpland en 1819 -a quien acompañó hasta el Paraguay-, miembro del Departamento de Ingenieros Arquitectos en 1824, director de Dibujo en 1828, miembro del Departamento Topográfico del Consejo de Obras Públicas, profesor de la Academia Militar, autor del frente de la Catedral de Buenos Aires, e hijo del rey Luis XVI y María Antonieta, de Francia, según polémicas versiones.
Con tan estimables antecedentes paternos, no era extraño que Pedro Benoit fuera, en 1881, el más acreditado de los ingenieros de la época. Él fue el autor de los planos de la ciudad de La Plata y de sus principales edificios públicos, siendo director ejecutivo de las obras por decreto del 21 de setiembre de 1882 y miembro de la División de Solares, Quintas y Chacras por decreto del 5 de setiembre del mismo año, (Armando Alonso Piñeiro, El ingeniero Pedro Benoit, arquitecto ilustre de La Plata, en “Revista de Educación”, La Plata, mayo de 1959).
Pero Benoit tuvo también un privilegio curioso: fue el primer habitante de la flamante ciudad, pues para dirigir personalmente las obras, levantó en 1882 un amplio chalet de madera, en un terreno anegadizo de lo que es hoy la diagonal 80, esquina 48.
El plano y la catedral
El plano de La Plata confeccionado por Benoit resultó según los urbanistas, un trabajo admirable con todas las características de la ciudad moderna por excelencia. En la época se dijo que su trazado matemático era único en el mundo. Su autor se inspiró en los planos de las ciudades europeas y norteamericanas más adelantadas, enmendando los errores de éstas y adoptando todos los detalles útiles y beneficiosos.
Benoit no se limitó a estas tareas, sino que proyectó también en forma especial los planos de los edificios del Departamento de Ingenieros, del Ministerio de Gobierno, del Departamento de Policía, de la capilla de San Ponciano, y de la Catedral.
La Catedral fue comenzada en 1893. Dardo Rocha le entregó a Benoit ocho millones de pesos para su financiación, y al concluirse las obras, su responsable devolvió dos millones, que aún habían sobrado. Muchos platenses ignoran no solamente todos estos antecedentes, sino que también Benoit fue intendente de la ciudad, entre 1893 y 1894.
El último detalle insólito en la majestuosa catedral platense es que en realidad nunca fue concluida. No obstante, es un hecho propio de las grandes catedrales del mundo. Cabe recordar, a este respecto, que la de Amiens tardó cien años en construirse. La de Colonia, casi seis siglos. La de Milán, cuatro centurias. La de Estrasburgo, ciento cincuenta años. Antecedentes que permiten abrigar esperanzas de que la Catedral de La Plata esté finalmente concluida, acaso para este siglo.
La Catedral fue comenzada en 1893. Dardo Rocha le entregó a Benoit ocho millones de pesos para su financiación, y al concluirse las obras, su responsable devolvió dos millones, que aún habían sobrado.
La casa de Dardo Rocha
Para los porteños memoriosos, la imagen de una vieja casona ya desaparecida, enclavada en Lavalle nº 835 hasta comienzos de los años ’70, puede tener melancólicos recuerdos de pasados esplendores. Allí se levantaba, en efecto, la casa en que vivió Dardo Rocha, el fundador de La Plata. Era una espléndida mansión cercada por una imponente reja labrada, con bellas ventanas y frontispicios fin du siècle, gran puerta con cuatro columnas dóricas, balcones con figuras estilizadas.
Declarada monumento histórico por el Congreso de la Nación en 1961, nunca fue convertida en museo. “El Parlamento no dispuso su compra a la familia Rocha -como aclaraba puntillosamente una crónica de la época-, ni autorizó a ésta a venderla, ni tampoco se ocupó posteriormente del objeto de aquel debate parlamentario. La familia estaba obligada a mantener la casa, pero el Estado no se la compraba ni permitía venderla”.
Finalmente, fallecieron sus últimos ocupantes y el palacete quedó vacío. Su contenido fue remitido al Archivo y Museo Dardo Rocha, de La Plata, donde aún puede apreciarse. La biblioteca y la colección de documentos pasaron al Archivo General de la Nación. Lo demás se vendió en remate público, en un lamentable olvido por el pasado y el respeto debido a su ilustre propietario primitivo. En enero de 1969, el gobierno nacional tomó una medida aún más penosa: derogó la ley que la declaraba monumento nacional. Sus propietarios -es decir, los herederos de los últimos ocupantes- estaban ya en condiciones legales de deshacerse de ella. Y así lo hicieron. La gran casa histórica -que prolongaba en Buenos Aires la gloria del fundador de La Plata– desapareció bajo la acción de la piqueta, como decían los cronistas de otro tiempo.
Alonso Piñeiro ha publicado 92 obras, especialmente sobre historia argentina y americana, pero también de historia medieval, bizantina y europea, de filosofía, historia religiosa, política argentina e internacional, ciencias políticas y derecho internacional, de periodismo, literatura y publicidad y de lingüística y filología.